viernes, 1 de abril de 2022

FLORES EN EL ASFALTO - CAPÍTULO PRIMERO: EL HALLAZGO

             


Entre las grises ruinas de un edificio derribado por una bomba asesina camina un bombero cabizbajo con la esperanza de encontrar luz entre tanta oscuridad, el cansancio de su mirar ante tanto horror le lleva a levantar la vista sobre el horizonte y a sorprenderse con la presencia de un adolescente que parece buscar entre los escombros. Se encamina hacia él y cuando puede hablarle sin gritar le dice:

— ¿Qué buscas, tal vez alguna lata de comida...?

— No, busco algún juguete para mi hermana pequeña, tras dos semanas viviendo en el metro ya se ha cansado de sus muñecas de siempre - contesta con decisión el muchacho.

— Nunca lo hubiese sospechado, realmente me sorprende que pienses en la alegría de tu hermana entre tanto horror.... - el bombero interrumpe su discurso como si en su interior hubiese hecho un gran hallazgo, sus ojos empiezan a brillar.

— En el subterráneo las horas pasan muy lentamente... - antes de que el adolescente pueda terminar su frase su interlocutor le interrumpe.

— ¡Eres perfecto, eres la persona que estaba buscando!

— ¡Ehhh! - exclama el chico levantando las manos como pidiendo tranquilidad, mientras teme que le encomiende alguna labor tediosa.

— ¡Acompáñame! - le dice acercándose a él y poniéndole la mano en el hombro.

La pareja se encamina hacia el coche de bomberos, cuando llegan el bombero abre la puerta, trepa al interior de la cabina, coge algo y pegando un hábil salto vuelve al suelo en el que se encuentra el chico.

— Toma, esto es para ti – le espeta entregándole en sus manos una carpeta muy abultada.

El chico le mira sorprendido y a continuación abre la carpeta, en su interior encuentra un montón de folios, en el primero, a modo de portada de un libro, lee un título: “Flores en el asfalto”. Atónito mira al bombero, que con sus manos sobre los costados le sonríe feliz, como si al menos en el día de hoy hubiese encontrado la luz que estaba buscando entre los escombros.

— ¿Esto qué significa? - le pregunta el chico desde la confusión.

—´Significa que eres el elegido -contesta con determinación.

— ¿Elegido para qué...? Cuando te he dicho que en el metro el tiempo se hacía muy largo, no he querido decir que necesitase leer una novela.

— Te equivocas, esto es más que una novela. Su lectura te hará sentirte mucho más útil que yo

— ¿Más útil que un bombero salvando vidas de entre los escombros?

— Tú y quienes lo lean podéis convertiros en salvadores del futuro.

— ¿Futuro, qué futuro? - le contesta mostrando con sus manos la destrucción que les rodea.

— El futuro que nos ha de salvar de este presente, nadie puede sobrevivir al horror continuado sin esperanza. El futuro está en peligro, se necesitan bomberos especiales, capaces de buscar entre la destrucción más horrorosa un juguete, una esperanza de felicidad. Amigo, este libro te dará herramientas para apagar los incendios que desde el presente estamos provocado en nuestro futuro. Sí, eres el elegido para hacer llegar el mensaje de este libro a muchas personas que hoy se sienten inútiles ante la barbarie. Te nombro bombero del futuro – al pronunciar su última frase le guiña el ojo al chico a la vez que posa de nuevo su mano enguantada sobre su hombro.

— ¿Bom...bombero del futuro? - balbucea incrédulo el chico.

— Sí, has oído bien. Tantas muertes injustas y destrucción no están solo actuando ahora, en el futuro se convertirán en odios, en recelos, en prejuicios, en complejos, en herencias mal sanas... en definitiva: en peligrosos incendios que consumirán la alegría de vivir. Ante este peligro hemos de actuar ahora como los bomberos lo hacemos siempre: previendo riesgos y obligando a tomar medidas de seguridad; en medio de esta barbarie ha de haber espacio para la esperanza y guiños a la felicidad, no basta con sobrevivir hay que no olvidar cómo vivir.

— Hay que no olvidar cómo vivir... - repite el chico como queriendo encontrar en la frase sabores sutiles, aromas que su intuición le dice que ha de disfrutar.

— Si lo olvidamos habremos sido derrotados no solo como país, sino también como seres humanos.

— ¡Qué trascendental! - irrumpe el chico sonriendo por primera vez.

— ¡Esa sonrisa tuya es de vivir, de sentir la vida como un don a disfrutar! - le contesta con entusiasmo y devolviéndole la sonrisa.

— Supongo que sí, pero dime: ¿por qué has escrito este libro y por qué me lo entregas a mí? - contesta el chico cambiando su sonrisa por una expresión de curiosidad.

— Será mejor que nos sentemos, parece ser que las sirenas de aviso de bombardeo nos están dando un descanso, aprovechémoslo – le dice el bombero mientras le indica un pequeño montículo de escombros en el que pueden sentarse.

— Parece que la explicación va para largo...

— Yo no he escrito este libro – le espeta una vez sentados los dos.

— Ahora que lo pienso parece lógico, no creo que tengas tiempo para ponerte a escribir.

— Te cuento como llegué a él... - el bombero utiliza una pausa para sintonizar con todo detalle con sus recuerdos y apunta su mirada hacia el cielo, que luce un azul espléndido, para así darse el espacio psicológico que necesita para su sentida narración - Hace un par de semanas estaba buscando entre los escombros a posibles personas atrapadas o muertas, de repente, apartando unos cuantos cascotes me encontré con la cara de un viejo, estaba muerto, pero lo que me impresionó es que conservaba una bella sonrisa, jamás en mi larga experiencia profesional había visto un cadáver sonriendo.

— Sí, no parece normal que unos instantes antes de morir en un bombardeo te dediques a sonreír – opina el chico mientras su curiosidad crece sin límites.

— Seguí apartando escombros de su cuerpo y vino la siguiente sorpresa...

— ¡Vamos, no te pares! ¿Qué descubriste...? - le espeta con impaciencia.

— Tenía los brazos sobre su pecho, abrazando con fuerza, como queriéndola proteger del bombardeo, la carpeta que te he entregado; estaba claro que tenía un gran valor para él, ya que su último pensamiento lo dedicó a protegerla.

— Un gran valor sentimental, pues la situó cerca de su corazón – matiza el chico imaginando emocionado la escena.

— Cogí la carpeta y en cuanto tuve un momento la eché un vistazo, quedé fascinado por lo que narraba en la introducción de su libro, a partir de entonces aproveché cualquier pequeño descanso para ir avanzando en su lectura. Sus palabras cambiaron mi visión del mundo a mejor, curiosamente en medio del horror de la guerra, nunca pude imaginar que me ocurriese algo así.

— ¿De qué trata esta maravilla? - pregunta el chico preso de la impaciencia y del entusiasmo.

— Lo vas a saber dentro de poco, cuando empieces a leerlo, seguro que nunca has leído nada igual, es más: seguro que nunca has asistido a unas clases como éstas.

— ¿Clases? ¿Qué tiene que ver esto con el instituto? ¡Ahhh, no me digas más...! ¡El viejo era un profe! – exclama como si hubiese acertado una difícil pregunta en un concurso televisivo.

— Un maestro de la vida – concreta el bombero.

— Empieza a gustarme la idea, porque si no da ninguna asignatura no habrá ni exámenes ni notas – dice sonriendo el adolescente.

— Sí, esa es sin duda una gran ventaja – le responde el bombero dándole un codazo y guiñándole el ojo en señal de complicidad.




La pareja empieza a reír en medio de la desolación que les envuelve, atreviéndose así a romper el papel de víctimas de la guerra que la vida les había otorgado. Entre grises cascotes y cañerías que gotean agua, sintiendo los reflejos del sol sobre cristales rotos, que como charcos se distribuyen en todo su entorno, los dos ríen hasta dolerles el estómago, ambos llevaban mucho tiempo sin hacerlo. Finalmente cuando la calma llega el bombero logra pronunciar unas palabras.

— Lo hemos vivido

— ¿El qué? - pregunta intrigado el chico.

— Lo que el viejo profesor en su libro trata de enseñarnos: respirar nuestro propio sentido de la felicidad más allá de la toxicidad del aire que nos rodé.

— Es como si pudiésemos llevar siempre nuestra propia botella de oxígeno de la felicidad... - ejemplariza el chico sin pensarlo un solo momento.

El bombero se queda mirando fijamente al chico como si en sus azules ojos hubiese encontrado algo que estaba buscando. Ante la larga pausa y la mirada intensa que le dedica su contertulio el chico se impacienta y le dirige la palabra.

— ¿Qué te pasa? Te has quedado alelado.

— Ya no me cabe la menor duda: tú eres la persona adecuada para quedarte el libro, tus respuestas  y tu alegría, libre y espontánea,  han confirmado mi intuición previa.  

— Tiene gracia

— ¿El qué?

— Que salí a buscar una muñeca para mi hermana y regreso con un libro sorprendente.

— En el fondo la vida es un misterio, sobre qué hacer sobre ese misterio para ponerlo a nuestro favor habla el profesor.

— ¿Y lo que explica sirve también en una guerra?

— Sobre todo en una guerra, piensa que lo ha escrito bajo las bombas, en tan solo un par de semanas.

— Si tú no hubieses aparecido tal vez nadie hubiese leído su libro... su obra no hubiese servido para nada.

— Eso no lo sabremos nunca, pero en todo caso el libro ha sido un gran regalo para mí, ahora es tu regalo, espero que las palabras del viejo profesor cobren vida en muchos corazones, pero esa labor te corresponde a ti – termina diciéndole mientras le pone una mano en la pierna en señal de cercanía y afecto.

— Mucha responsabilidad dejas en mis hombros.

— Supongo que poder ayudar, sentirte más útil, en esta horrible guerra te compensará del  peso de la responsabilidad.

— Sí - responde con entusiasmo y decisión – mi padre ha marchado al frente y yo sentía que tenía que hacer algo tan importante como él, pero aquí, en mi ciudad.

— Llevar las palabras del viejo a las personas desesperanzadas va a ser una gran e importante labor, que te hará sentir sumamente útil. Yo mismo haría ese hermoso trabajo si tuviese tiempo, pero ahora un bombero es más necesario que nunca – dicho esto mira su reloj de pulsera - ¡Vaya, no puedo estar más tiempo aquí parado, el deber me llama!

— Lo comprendo, gracias por tu tiempo y sobre todo por este regalo, estoy deseando leerlo – le dice mientras le ofrece estrechar su mano en señal de amistad. 

— Gracias a ti por ser mi relevo en esta importante carrera hacia la esperanza – le contesta estrechándole la mano.

Después de mirarse a los ojos durante unos instantes, en señal de la profundidad de su encuentro, la pareja se despide, tal vez para siempre. Tras ver desaparecer en la lejanía la silueta del bombero, el chico se recoge sobre sí mismo y abre la carpeta, con delicadeza aparta la primera hoja en la que aparece el título de la obra, “Flores en el asfalto”, y se dispone a leer un pequeño texto en la página numerada con un uno. 

“Cuando parece que has perdido toda tu esperanza, descubres cavando en la profundidad de tu ser que hay esperanzas subterráneas. No hemos de permitir que nuestros victimismos nos impidan buscar las aguas de nuestra esperanza, por profundas que éstas se encuentren, ya que necesitamos beber de ellas todos los días para sentirnos vivos ante la adversidad y los desencuentros de la vida.”

Tras leer estas palabras el chico levanta su mirada al cielo en busca de sentires a la altura de las palabras del viejo maestro. La paz inunda su cuerpo, tiene la sensación de haber descubierto dentro de él un nuevo hogar, es como si las palabras que acaba de leer no fuesen nuevas para él. Siente al misterio de la vida como a un viejo conocido, como a un compañero inseparable en el que puede confiar sin límite. Después de esta experiencia interior mira a su entorno desolado por la guerra y comprende que una gran misión empieza para él: ha de ser como esas tercas flores que son capaces de crecer en lugares hostiles, como el gris y áspero asfalto, para dar testimonio de que la esperanza y la belleza nunca se rinden.


Continuará, si tú, querido lector, así lo deseas...


      Autor:  Carlos González Pérez (La Danza de la Vida)