domingo, 8 de noviembre de 2020

LA PREVENCIÓN, COMO TODO, TIENE SU LÍMITE

        Nuestra educación en dualidad enfrenta las cosas en vez de poner cada una en su lugar, para que así todo nutra a todo, en definitiva, nos empuja a elegir renunciando de esta manera a  sumar. Un caso claro a este respecto es el de las vacunas: o se está a favor o en contra, en lugar del sabio lema de que las respuestas son relativas.

     Ver las  vacunas como una panacea que sirve para todas las enfermedades infecciosas es un pensamiento excluyente, que crea como reacción otro pensamiento excluyente: las vacunas son siempre malas. Las vacunas solo tienen sentido cuando los tratamientos con los enfermos fallan, lo cual quiere decir que la medicina tiene un tema pendiente y que la vacuna no ha de hacer olvidar, en definitiva, las vacunas deben de ser algo temporal hasta que se descubran tratamientos que solo se apliquen a los enfermos y dejen así en paz a los sanos. De hecho, está en la esencia de la vacuna reconocer que de momento la medicina no puede acabar con un agente infectivo, y por lo tanto pretende que sea nuestro propio sistema inmunitario, incentivado por la vacuna, quien acabe con él: las vacunas, sean efectivas o no, son solo una medida de contención, a la espera de un tratamiento.

    La idea de prevenir es mejor que curar es  excluyente: a veces es mejor curar que prevenir; la sabiduría siempre relativiza, poniendo cada cosa en su lugar, de forma que el sentido de una depende de la relación con las demás.