miércoles, 31 de agosto de 2022

TODO COMENZÓ CON UNA LIMPIA MIRADA

  Me dirigía aquel día con mis bolsas de basura hacia los contenedores donde se seleccionan los vertidos, primero me acerqué al de residuos orgánicos, al llegar quedé paralizado por lo que estaba viendo: una anciana vestida con pulcritud estaba hurgando en el cubo con un hierro preparado a exprofeso, al sorprenderse con la irrupción de mi sombra en la superficie que estaba removiendo se apartó súbitamente del cubo, me miró tímidamente y me invitó a que depositara mi bolsa. Quedé indeciso ante la situación, me sentí ridículo, incluso culpable por poseer las cosas que esa anciana tenía que disputar a la basura, y sobre todo por esa mirada tímida y a la vez asustadiza, tan parecida a la de un niño ante un desconocido del que no está seguro de si hay que temerle o no. Zanjé el impasse con una sonrisa superficial de gratitud barata, por temer que mis sentimientos profundizasen de nuevo hacia la culpa, a continuación lancé con destreza mi bolsa, giré sobre mi mismo sin mirarle a la cara y me encaminé con las bolsas restantes hacia los otros contenedores, que se encontraban a unos cincuenta metros más arriba. Cuando me deshice de las bolsas volví a mirarla, allí estaba de nuevo hurgando, rompiendo con su hierro las bolsas de plástico para hacerse con su pequeño “botín”. Yo la contemplaba con el descaro de quien sabe que no es visto, ahora su mirada no me podía hacer sentir culpable ante la indefensión que expresaba. Mis pensamientos, ya más ligeros por la ausencia de culpa, me dieron permiso para sentir a mi corazón, éste me hizo llegar con placidez el que para mí es el más noble de los sentimientos humanos: la compasión. Gracias a ella mis pensamientos pudieron ganar levedad y gentileza, liberándose así de la fuerza de gravedad de la culpa, que nos victimiza y nos obliga a pisar el suelo del auto castigo.




Ya con la mente clara y empujado por mi compasión pensé en darle un billete de mi cartera, así por lo menos hoy no tendría que hurgar en la basura. Mientras yo buscaba el billete la anciana cruzó la calle en busca de otro contenedor, corrí hacia ella para pillarla antes de que empezara su humillante trabajo, la tomé precipitadamente por el brazo y la saludé mirándola a los ojos, ante mi acción se quedó impertérrita sin saber a qué atenerse, tal vez temía algo de mí. Con una sonrisa en mi rostro le mostré el billete rogándole que lo aceptara, al verlo comprendió mi intención y con una sonrisa inocente, de esas que solo los viejos y los niños son capaces de crear, me dio las gracias. Yo quise decirle algo más, pero entonces la belleza de sus ojos azules me dejó extasiado, era una belleza sin edad, una belleza capaz de viajar en la luz de su mirada hasta penetrar en lo más profundo de mi ser, de hecho, desde entonces la belleza de sus ojos forma parte de mi propia belleza interior. En mi garganta se produjo un nudo por la profunda emoción que desató en mí su mirada, y sin decir nada más me giré y la dejé atrás, sintiendo que si decía una sola palabras más perdería la magia que su mirada dejó en mí.

La mirada de la anciana ha creado un rincón mágico en mi mundo interior al que recurro con frecuencia cuando me veo hurgando entre la basura emocional, cuando me siento indefenso o abandonado ante el mundo, cuando me invade la pobreza de la soledad no deseada, en todos estos casos siento aquellos ojos azules despertando a mi propia sabiduría interior, diciéndome que confíe en ella. Cuando un hecho nos conmueve hasta lo más hondo se abre un sendero en nuestro interior hacia nuestras partes más bellas y sabias. Este tipo de sentires profundos actúan como auténticos rayos x que se abren paso entre nuestras creencias limitantes sobre lo que somos y lo que somos capaces de hacer, para así revelarnos bellezas y poderes que desconocíamos poseer. Si no somos conscientes de todo esto, cualquier encuentro maravilloso se convertirá solo en un bello recuerdo. Si no cuidamos el sendero interior que se abre en nosotros cuando vivimos estas experiencias mágicas, se empezará a cubrir con la maleza de nuestra cotidianidad que nos hace vivir solo en la superficie de lo que somos. 

Recordar frecuentemente lo que vivimos en esos momentos auténticos no basta para mantener el sendero abierto, es necesario además recrear lo vivido con nuestra imaginación y sentir, pues lo que se nos dio no fue un recuerdo, sino una inspiración para aprender a vivirnos más allá de la superficie de lo cotidiano, de hecho, es una invitación a vivir desde nuestro propio centro, desde nuestro ser más allá de nuestras identidades heredadas como la de la familia  y la de la cultura. Desde ese centro dejamos de ser dependientes de nuestras creencias y de nuestras emociones, para que así nuestro sentir pueda brillar con luz propia. Y toda esta gran proeza interior comenzó con una limpia mirada, que burló todas mis defensas mentales y emocionales, para así poder encender mi sentir profundo durante unos instantes, instantes que por decisión propia han cambiado mi vida



1 comentario:

  1. Siempre he sido una persona solidaria. Durante más de diez años he estado al frente de una ONG de ayuda solidaria a las personas más desfavorecidas. Incluso a veces en el supermercado o la panadería he sentido vergüenza ajena cuando una persona pedía que por favor le dieran un bocadillo, o no llevaba suficiente dinero. Siempre he sacado la cara por ellos, les he pagado y comprado lo que pedían y les he acompañado a la central para que recibieran alimentos. No hay nada más inhumano que una persona te pida comida y se le niegue. Creo que nunca superaré esa sensación de dolor ante la miseria de otros.

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