Narrar los hechos desde la más pura objetividad, dejando de lado los sentimientos, no puede nunca describir la realidad; precisamente ésta es una de las razones por la cual la historia “estudiada” en nuestros colegios no deviene en sabiduría sobre nuestro futuro. Pensemos, por ejemplo, en lo que un libro de historia del futuro, narrado como se han narrado hasta ahora los libros de texto, contará sobre la pandemia del coronavirus: en unas cuantas líneas narrará hechos objetivos, pero muertos respecto al sentimiento, a lo vivido por las personas implicadas. No basta con conocer la historia para no repetirla, hay además que sentirla, que vivirla.
Convertir nuestros libros de historia en historia viva, en historia que recoja los sentimientos vividos, en definitiva en historia sabia, puede ser un bonito fruto de lo que hoy vivimos, una digna forma de honrar a los que han sucumbido y a los que han ofrecido impagables sacrificios en aras al bienestar común.
Convertir nuestros libros de historia en historia viva, en historia que recoja los sentimientos vividos, en definitiva en historia sabia, puede ser un bonito fruto de lo que hoy vivimos, una digna forma de honrar a los que han sucumbido y a los que han ofrecido impagables sacrificios en aras al bienestar común.
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